MI VIDA COMO ÁNGELA...





Los gritos me ensordecían. Estaba tan aturdida que no sabía qué hacer. Lo único que tenía en claro es que debía salir de ese lugar.
-Tu hija es una mal criada que necesita que la corrijan.–Continuaba gritando
-¡Déjala, no te atrevas idiota, vos no sos el padre!-Y le sujeté la mano que ya había levantado para descargarla en el rostro de mi niña.
-¡No seré el padre pero bien que hace rato les vengo matando el hambre a las dos!-Y entonces la vi. A esa pequeñita, tan bonita, ella que llenaba mi vida y todo mi ser. Ahí hecha una bolita con sus manitos cubriéndole el rostro por el miedo. ¿Cómo habíamos llegado a esto? Y el ruido me despertó a la realidad. La mano extendida sobre mi hija se dirigía ahora hacía su propio rostro mientras su cuerpo enorme y pesado caía sobre el suelo. Me arrodille le tomé las manos a Sophía y la levanté. Pase por encima del cuerpo de aquel hombre sin siquiera mirarlo.
-¡No regreses perra…te vas a arrepentir de lo que me hiciste!-No sé como salían tantas blasfemias de su boca siendo que tenía la cabeza rota. Me reía, me había dado mucho placer…romperle su inútil cabeza.
-¡Qué bien estuviste mamá! Me dijo sonriendo y en sus ojitos puede ver que en ese momento estaba muy orgullosa de la madre que le había tocado en suerte.

Conseguir trabajo no me había sido fácil. Y romperle la cabeza a quien más conoce del tema no era algo a mi favor. El desgraciado se había encargado de dejarme mal, ante cualquiera que pudiera ayudarme.  El primer mes no fue tan malo, tenía algo ahorrado. El segundo hice malabares para llegar con el poco dinero que entraba. Y en el tercero bueno… de todos modos no iba a utilizar esas copas de cristal. Solo me traían recuerdos de un tiempo mejor. Uno que ya no regresaría. Esta vez llevaba unos cubiertos muy finos, aquellos obsequios que me dieron al casarme con el papá de Sophía, por fin estaban dando frutos.
Llegué a casa con lo poquito que había conseguido comprar con el dinero que me dieron por mi venta. Lo indispensable, leche, pan, un poco de arroz y unas salchichas para que la niña no viera la mesa tan pobre.
Mañana se vencía la luz y no tenía idea de dónde conseguiría para pagarla.  Me sentía cansada, cosa rara si se tiene en cuenta que hace meses que no trabajaba.
Apenas amaneció fui a la casa de una señora que me habían dicho necesitaba a alguien que la ayudara.  Fui hasta allí caminando (no tenía para el ómnibus). No sabía que pasaría, así que no podía darme el lujo de gastar lo último que me quedaba. Una vecina me haría el favor de mirar que mi hija no necesitara nada. ¡Que irónico! Lo único que necesitaba era una madre que fuese capaz de mantenerla.
Después de llegar cansada, con frío y por supuesto, con hambre, la mujer me recibió en su casa, me explicó las tareas, era una casa de dos plantas, con un enorme jardín, de esos que harían feliz a cualquier niño. Había que limpiar los vidrios, todos y cada uno de ellos. Que me tomaría a prueba y si lo hacía bien me necesitaría una vez a la semana. Por supuesto me pagaría por horas, descansaría media, podría desayunar con ella, pero no almorzar. Que los días que ella me necesitaba no le gustaba que le faltara y si lo hacía mejor ya no viniera. El trabajo era mucho, la paga no lo era tanto. Pero me ayudaría. Había escuchado de mujeres que trabajan en varias casas y así logran mantenerse. Tal vez tendría suerte de conseguir un lugar más donde trabajar. Me reía mientras lo pensaba, ¡si mi madre me viera!...había insistido tanto en que estudiara contaduría…que eso sí era un trabajo, no ser actriz como yo quería. ¿Y ahora? Ni contadora, ni actriz.
Al final de las ocho horas, recibí mi pago, con el que fui corriendo a pagar la luz, con lo que me quedó compré un pollo.
-¡Hoy vamos a celebrar!- le dije a Sophía al llegar a casa.
-¡Que bueno!- gritó mientras aplaudía y me ayudaba a preparar la cena. Por supuesto solo utilicé la mitad. El resto lo guardé, aún no sabía que haría mañana. Pero ésta noche, a festejar.

No había suerte, las puertas como contadora se habían cerrado para mí. No debí golpearlo. Él conoce a todo el mundo. ¿Cómo me había enredado con él? Suspiré. Recordé lo bueno que había sido mi vida alguna vez. Cuando conocí a Miguel, me enamoré de él en un instante. Apenas había terminado el secundario y mi madre insistió en que me anotara para seguir la carrera que a ella le gustaba. Y como estaba enferma no me nació contradecirla. Me recibí y ella murió. Y entonces Miguel se convirtió en toda mi vida. En lo más hermoso de ella hasta que Sophía nació. Me quité la alianza del dedo y la otra del bolsillo del saco, la puse frente al mostrador.- ¿Cuánto me da?-
Al salir de la tienda sequé mis lágrimas. Solo era un poco de oro, mas importante y necesario era alimentar a mi hija.
Hacía tanto frío, o era que hacía días que no comía bien. Ya no tenía idea. Con lo que ganaba trabajando limpiando esa casa tenía para que Sofí, comiera casi toda la semana, pero aún me faltaba cubrir la luz, el agua, el gas…¡que complicado es todo! Ya no tenía a quien pedirle prestado. En realidad no tenía a nadie, los pocos amigos habían desaparecido después del primer año en que Miguel enfermó, ni él ni yo teníamos familia. Tal vez por eso nos aferramos tanto el uno al otro y los dos a nuestra hija.
En el ascensor hacía calor, cerré los ojos, necesitaba descansar.
-¡Hola vecina!...- me interrumpió, el odioso vecino del piso superior. Abrí los ojos y con desdén lo saludé. Me caía mal ese hombre. Era de esos típicos que aunque estuviera junto a su esposa miraba el culo y los senos a todas las demás sin disimular en lo más  mínimo. Jamás me había visto a los ojos, pero de seguro sabía bien el tamaño de mis senos. Viejo baboso…(pensé).
-Hola…¿Cómo le va?
-Bien, bien…ya ves…solo de nuevo. Mi mujer y mi hija se fueron de viaje. Siempre me dejan solito-
-¡Ah!...- claro para no aguantarlo a él cualquier cosa es buena, le respondió mi mente- que mal por usted, que bien por ellas.- y por fin llegué a mi piso. Se abrió la puerta y cuando estaba por salir sentí como  me sujetaba del brazo.
-Sé que estas pasando por mal momento y que trabajas por horas en una casa. Si un día te animas subí a mi departamento y por veinte minutos te pago el triple de lo que ganas en un día. Su voz sonaba en mi mente, su aliento asqueroso estaba en mi nuca, podía ver la saliva que le asomaba por los labios. Sentí tanto asco que no pude responder. Tenía ganas de insultarlo. De decirle la repulsión que sentía por su persona. Pero no lo hice.

Al entrar en casa Sophía hacía un dibujo en la mensa. La vecina estaba en la cocina.
-Espero no te ofendas – me dijo- pero le compre unos bizcochos a la niña, es que creo que tenía hambre. Baje la cabeza metí la mano en el saco para darle el poco dinero que me quedaba. Entonces me detuvo.
-No hace falta niña- Y salió sin decir nada. Mientras yo me dejaba caer en el único sofá que me quedaba.
-Mami…dijo Sophía con suavidad, mañana en la escuela van a un paseo. Pero yo no quiero ir. ¿Puedo quedarme con Candela?
-¿Y Candela no irá?- le dije mientras le acomodaba su lindo cabello. Se parecía tanto a su padre.-¿Y a dónde irán?
-Al planetario y luego van a comer a un patio de comidas que hay cerca.– y entonces vi como sus ojitos pequeños se hacían enormes y se iluminaban. Entonces comprendí. Mi niña era muy inteligente. Más de lo que creía, más que yo.
-Me parece que tenés que ir. Yo trabajo mañana tengo dinero extra, así que creo que podemos utilizarlo en ese hermoso paseo. Además aprenderás mucho, de seguro luego hacen trabajos con lo que vean ese día. No puedes perdértelo.–y sonreí mientras mi mente maquinaba donde conseguir el dinero para pagar el viaje.
-¿de verdad mamá?... porque si no puedes pagarlo no voy, no es importante.
-Bueno, no sé si no sea importante, pero es de la escuela y no vas a faltar-y la levante para llevarla a la cama. La abrigué, le di un beso en la frente y esperé a que se durmiera.

Toque el timbre mientras sentía que todo mi cuerpo temblaba pero no de frío. Abrió la puerta y se quedó de pie sonriendo. Esa sonrisa asquerosa que tanto detestaba, un poco de saliva salía de la comisura de sus labios.
-Pasá-y se corrió hacia atrás mientras me indicaba la entrada con la mano.
No sé cuánto tiempo pasé bajo la ducha. Pero terminé con el jabón. Y aún así, no podía quitarme el olor detestable que ese hombre había dejado en mi piel y si cerraba los ojos sentía su inmunda respiración jadeando sobre mí.
Sophía fue al paseo, pague unas cuentas. Continúe yendo a la casa solo una vez por semana. Ya no tenía nada que vender. Bueno, solo mi cuerpo. Nunca imaginé que se podría sentir tanto asco de que alguien se adueñase de tu cuerpo, que te robara caricias. ¿Cómo alguien siente placer en pagar por caricias, por besos, por penetrar a alguien que piensa en las cuentas que debe pagar, en que termine pronto y salga de mí?
Respiré profundo. No quería pensar en eso. Había estado todo el día caminando, yendo de un lugar a otro, la suela de mis zapatos estaba tan fina que las piedritas que pisaba dolían muy profundo. Había ido a ver un lugar donde necesitaban meseras, pero según dijeron alguien de treinta no era lo que buscaban, como mucho 25 años. Las calles me eran tan conocidas que podría ser guía turística con los ojos cerrados. Y hacía tanto frío…¿¡cuándo terminaría éste frío!? Por lo menos éste mes había cubierto todas mis deudas, Sophía tenía abrigo nuevo, nada lujoso algo muy económico, pero se había puesto tan feliz cuando lo vio, que no pude evitar comprárselo.
Ya casi era de noche. Las luces de la calle se encienden temprano en invierno. Los padres de Candela se habían llevado a las dos niñas al cine y luego a cenar pizza. ¡Que bueno haber encontrado a esa gente! Trataban muy bien a Sophía…
Caminaba absorta en mis pensamientos cuando algo me abstrajo de ellos. Había pasado tantas veces por esa esquina, muchas veces había visto mujeres así, pero nunca las note.  Esta era alta, delgada, con su cabello muy rojo, muy maquillada y con ropa extravagante. Dos muchachos la rodeaban. Al parecer negociaban algo. Al continuar avanzando en mis pasos no podía dejar de observarla. Entonces noté que ella quería irse y no la dejaban. Continúe caminando, baje la vista, no deseaba involucrarme. Supuse que ella sabría qué hacer. Pero entonces uno de los hombres la empujó hacia la pared doblando su brazo derecho detrás de su espalda, mientras que le sujetaba la cabeza para que no se pudiera mover. El otro apoyó su cuerpo sobre el de la chica a la que le resultaba imposible salir de esa posición y aunque les gritaba obscenidades pidiendo que la soltaran no lo hacían. Entonces comenzaron a manosearla. Me paré frente al cordón de la vereda para ver si pasaba algún automóvil. No noté si venía o no alguno, pero crucé corriendo hasta llegar al otro lado.
-¡Suéltenla!-les grité, mientras miraba hacía los costados rogando que alguien más apareciera.
-¡¡Andate de acá puta o para vos también hay!!-me gritó uno de los dos, pero no la soltaba. Sin pensarlo tome un tubo de luz que estaba tirado en el suelo y se lo rompí en la cabeza. Entonces la soltó, mientras se sujetaba donde lo había golpeado. La muchacha pudo zafarse del otro tipo y al darse la vuelta le dio un rodillazo debajo del vientre justo donde más le dolió. El hombre se dobló por la cintura por el dolor y antes de que llegará a caer recibió otro punta pie de la mujer parada frente a él. Yo continuaba sin reaccionar mirando para todas partes  cuando el hombre al que le había roto el tubo en la cabeza me dio un golpe en el vientre con el puño cerrado empujándome con mucha fuerza. Mi espalda se estrelló contra una columna que había detrás de mí. No sé si fue porque estaba débil, cansada o realmente el impacto fue importante, pero sentí como si miles de navajas penetraran por mi piel. Todo comenzó a dar vueltas a mí alrededor, mi cuerpo se iba poco a poco deslizando por la columna hasta llegar al suelo.
Sentí el bocinazo de un automóvil, no comprendí si fue eso lo que les asustó o el verse golpeados por dos mujeres. Pero esos hombres por fin se fueron. Entonces la mujer se acercó a mí. Corrió el cabello que caía por mi rostro y me preguntó cómo me encontraba. Fue extraño. Olía a flores por un segundo sentí que estaba en un día de primavera en medio de un gran parque.
-Estoy bien- respondí sin abrir por completo los ojos.
-Soy Carmen…¿Te podes levantar?–y abría mi saco para intentar ver el golpe.–Te pegó fuerte ese maldito, te va a quedar un gran moretón. Vamos te acompaño a tu casa-y doblaba las rodillas mientras hacía fuerza para levantarme. No había pasado tanto tiempo, pero la noche parecía más intensa. Mientras caminaba ayudada por la desconocida, comenzó a caer una fina llovizna. Sentía frío, o en realidad no sentía nada, no comprendía, deseaba dejarme caer pero no quería que me arrastrara por toda la calle. O peor aún, que me dejara tirada por ahí.
-Si vivís lejos, tomamos un taxi, hace frío.
-No, está bien- respondí pensando en que no tenía plata para el ómnibus mucho menos para un taxi.–solo faltan un par de casas…mi nombre es Ángela.- Me presenté y continuamos caminando. En el ascensor hacía calor, como siempre. Cerré los ojos, me habría sido fácil quedarme dormida en ese instante. Pero todo se detuvo, la puerta se abrió y nosotras bajamos. Me apoyó contra la pared mientras me ayudaba a buscar las llaves en mi cartera. No tenía nada, solo un viejo celular al que le cargaba el saldo necesario para que no me cortaran la línea y tener donde me pudieran ubicar si le pasaba algo a Sofí o por si tenía la suerte de que me necesitaran de algún trabajo. La primera, rogaba que nunca pasara, y por la segunda, aunque rogaba que pasara, jamás había ocurrido. En cuanto entramos encendí la luz, me di cuenta que ya no estaba mareada, pero aún sentía mucho dolor en mi espalda, en mi vientre y en todo lo que una vez había sido un cuerpo sano y fuerte.
-¡Linda decoración!-
-Si bueno – dije yo sin que me importara mucho su opinión–ha sido un mal año…
-¡ah!...¿así que vos también tenés de esos años?...- y me acomodaba en el sofá.-conozco de esos meses y años...suelen durar más tiempo del que marca el almanaque. Y ponía un trapo húmedo en mi frente mientras levantaba mi camisa para ver el golpe nuevamente.–Si seguís mal vas a tener que ir al médico.
-No es nada, mañana de seguro estaré bien- y todo se puso obscuro.

El olor a café me obligó a abrir los ojos. Era café y algo más que no distinguía. Al ir abriéndolos noté que ya era de día. Intenté incorporarme de golpe, pero entonces el dolor de mi espalda y vientre me lo impidieron. “Sophía”, pensé.
-Mami…que bueno que despertaste…vamos a desayunar. – Y mi niña hermosa me tomaba de la mano para ayudarme a que me pusiera de pie. Y así lo hice, sin decir nada. La seguí hasta la cocina y no podía creer lo que veía. La mesa llena de cosas. Leche, cereal, mermelada, fruta, café…“Hmm café”… como se me antojaba. No sabía si estaba soñando o era realidad. Por último me convencí de que era un sueño.
-Hola mujercita…¡por fin despertaste!- detrás de mí aparecía ésta mujer…¿Quién era? Su cabello era castaño, el rostro totalmente lavado. Una sonrisa dulce y una mirada triste. Llevaba puesto algo de mi ropa, un pantalón viejo (bueno en realidad todo lo que poseía lo era) una polera que había olvidado que tenía. Me pareció extraño. La mujer que veía ahora…¡era tan parecida a mí y tan diferente a la que conociera la noche anterior!
-Espero que no te moleste pero me di una ducha y agarré algo de tu ropa.
-No. Claro que no me molesta.–mientras decía esto intentaba sentarme, el dolor ya no era tanto, pero al parecer mi cuerpo no se daba cuenta de eso. Sophía comía cereal con una sonrisa que iluminaba su rostro. Era tan placentero verla así.
-Sofí…llegó muy temprano y como no había nada para desayunar fuimos a comprar unas cositas- le ponía mermelada a una tostada.-luego me di una ducha y cambié mi ropa ya que me di cuenta que a un par de señoras con las que me crucé en el ascensor no les agradaba mi moda.–y se reía. Que linda sonrisa tenía.
-Te agradezco por todo lo que compraste pero no hacía falta.-
-No te preocupes. ¿Sabes cuantas personas hubieran hecho lo que vos hiciste anoche?-
-No hice nada.- tome un sorbo de café, es que en verdad se me antojaba mucho.
-Recibiste un golpe por mí. Esos hijos de…-y miró a la niña que seguía concentrada en su cereal que intercambiaba de vez en cuando con un poco de dulce.–esos hombres- continuó diciendo muy correcta- han hecho eso antes, no conmigo pero si con algunas amigas que conozco, les gusta maltratar la mercadería sin pagar.  Pero les vamos a enseñar que eso no se hace. ¿Por qué no te das una ducha y luego vamos al zoológico? Hay que aprovechar el domingo. – no había terminado de decir la frase cuando Sophía comenzó a gritar como loca…-¡siiiiiiii!- me fue imposible negarme.
Carmen pagó las entradas y cuando Sofí quiso un dulce también se lo compró. Todo aquello me daba vergüenza y a la vez desconfianza. ¿Qué me pediría después? Si algo había aprendido en todo éste tiempo es que nadie da nada si no obtiene algo a cambio.
-¿Por qué nos das todo esto?-le pregunté en cuanto llegamos a casa y mi niña ya no estuvo entre ambas.
-Tranquila- dijo ella advirtiendo mi desconfianza- no te voy a pedir nada, me ayudaste y te ayudo. Además te aseguro que nadie sabe mejor que yo de días, meses y años malos. Sé lo que es no tener un peso partido por la mitad y que te duela el estómago de hambre. No he tenido la suerte de tener hijos, pero supongo que debe ser doblemente difícil cuando alguien depende de vos. ¿No tenés quien te de una mano?- preguntó con verdadero interés.
-Sentate – le dije avergonzada, pero ésta vez, por haber sido descortés con ella.– te invito a un café…tengo mucho- dije y le dediqué una sonrisa cómplice. Hace tanto que no tenía con quien charlar. Preparé el café y ella acomodó el desorden que había quedado en la mañana. Guardó unas cosas en la alhacena. Había mucho espacio en mi cocina, sobre todo el el refrigerador. Luego nos sentamos y serví el café. Y comencé hablando sin saber bien que decía. Solo necesitaba desesperadamente hablar-El papá de Sofí murió. Ambos trabajábamos como contadores y nos iba bastante bien, pero él se endeudó mucho. Y cuando nos dejó perdimos los ahorros y quedaron las deudas. Ninguno de los dos tenía más familia que el otro. Hace unos meses comencé a trabajar con uno de los contadores más conocidos del ramo, un buen trabajo lo malo es que comencé a salir con él. Y cuando lo dejé, se encargó de que nadie más me contratara otra vez. Como verás- y señalé a mí alrededor – he vendido todo lo que he podido. Trabajo en una casa, pero solo una vez por semana y apenas gano para darle de comer a Sofí…-tenía ganas de llorar, sabía que lo que estaba contando no era una gran tragedia, que son cosas que suelen pasar. Pero no pude mantener la vista en alto, recordé al asqueroso del piso de arriba, su aliento respirando sobre mí, sus manos tocando mi piel. Cerré los ojos lo más fuerte que pude. Tenía que quitarme esa imagen de la mente. Entonces, sentí sus manos. ¡Eran tan suaves!
-No te preocupes, mujercita, sé que te has esforzado mucho por tu hija. Nadie puede juzgarte- su voz era cálida, estremeció mi alma, comencé a llorar.  Simplemente no pude aguantarme. Estaba tan cansada, tan agotada, tan sola. Entonces ella se puso de pie y me abrazó, ya no dijo nada, solo me abrazó. Y yo lloré, no paré de llorar hasta que sentí que mi pecho estaba vacío, hasta que no había lágrimas que salieran por mis ojos.
Cuando desperté, Carmen ya no estaba. Le preparé el desayuno a Sophía y luego la ayudé a vestirse para ir a la escuela.  Mi niña con sus ocho años, había crecido mucho en todo éste tiempo. A veces no sabía si se daba cuenta o no de algunas cosas. Pero jamás se quejaba, no era como esos niños que ven algo y lo piden. Ella nunca pedía nada, a veces, sus ojitos se iluminaban cuando veía algo que realmente le gustaba. Pero jamás lo pedía. El día anterior en el zoo estaba tan feliz. Por fin era como todos los niños de su edad, jugando, riendo, ensuciándose el rostro con dulces. Carmen había sido muy buena, le había dado todo.  Cuando dejé a mi niña en la escuela, nuevamente me vi en mi realidad. Dinero. Mi mayor problema. Sonó el teléfono. Mi primera reacción fue mirar hacia la escuela. Sofí acababa de entrar y no se veía a nadie fuera. Reconocí la voz que sonaba del otro lado.
-Espero no te moleste mujercita pero copie tu número mientras dormías.
-No, no hay problema…quería agradecerte por todo lo que hiciste y  yo puedo regresarte lo que gastaste, puedo…-y pensaba en qué podía darle, en realidad no me quedaba mucho que vender.
-No seas boba. No te llamo por eso además fue un regalo y me gusto hacerlo.¿Tenés para anotar? Es que necesito que vengas a donde vivo, es por un trabajo.
-Ah…¡un trabajo!–entonces recordé en qué trabajaba ella-te agradezco Carmen pero no creo que pueda-y soltó la carcajada de nuevo-
-Claro que no es el trabajo que vos pensas, hay que tener estómago para eso, y vos me parece que vomitarías continuamente… vení te espero y te explico…-no dije nada mas, al parecer todo lo que pensaba estaba mal. Caminé unas cuadras y luego tome un ómnibus. Era muy lejos hasta donde tenía que ir, y ni mis zapatos ni mis pies soportarían tanto.
No me fue difíl encontrar el edificio. Era bastante elegante en un muy buen barrio. Llame y me abrieron, entré al ascensor. Alguien lo hizo detrás de mí.  Me miré de refilón en el espejo que se encontraba en una de las paredes. Me vi espantosa, el cabello desalineado, mi cara demacrada y ni hablar de mi ropa. Levanté la vista, alguien más me escaneaba. Al verlo recordé lo que era que un hombre te mirara con cierta ternura, con dulzura, más que deseo. Una electricidad recorrió mi cuerpo y me estremeció.
-Hola–dijo sonriendo el hombre que estaba frente a mí.- “¡que vergüenza!” pensé, se dio cuenta que lo miraba.  Sentí que los colores inundaban mi rostro, bajé la mirada.
-Hola- respondí casi en un susurro. Por suerte llegué al piso donde tenía que bajar. Así que en cuanto se abrió la puerta salí de allí como despedida por un resorte. Luego de dar unos pasos me di cuenta que el otro pasajero se había bajado en el mismo piso. Pero se dirigía hacia el departamento contrario. Fui hasta donde me esperaban y golpeé. Carmen abrió la puerta y me hizo pasar. El lugar donde vivía era muy cálido. Con muebles confortables, un gran ventanal que iluminaba la habitación en donde nos encontrábamos. Indicó que me sentara en un sofá que era muy grande y suave. Me quité el abrigo que llevaba y despeiné un poco mi cabello con una de mis manos. Sentía que estaba fuera de lugar, no por ella ni por las otras mujeres que comenzaron a aparecer de distintas partes del departamento. Si no que, sentí que desencajaba en tanto confort. Las mujeres se presentaron. Una alta y morena con unos senos enormes, se llamaba María pero según dijo le decían Cuki, otra que era más bajita dijo que se llamaba Karen, llegó Yesica que era muy delgada y rubia. “Mujeres muy hermosas” pensé. Entonces Carmen comenzó a contarme que todas trabajaban de lo mismo.
-Cuki está ahorrando porque quiere ponerse una estética, ya tiene más de la mitad del dinero que necesita para poner un negocio muy lujoso en un excelente lugar que ya ha visto. Karen tiene ahorrado para una casa. Yesica está estudiando en la universidad. Verás, todas trabajamos y mucho- y se miraban entre sí en señal de apoyo. Carmen se encontraba sentada frente a mí, y las otras permanecían de pie alrededor nuestro.- pero no sabemos bien sobre contratos, no tenemos garantes, y cuando queremos justificar tanto dinero tenemos algunos problemas. Queremos abrir cuentas en bancos, invertir el dinero pero hacerlo bien. Necesitamos contratarte para que nos asesores financieramente. Necesitamos que administres nuestro dinero y nos ayudes en lo que haga falta para poder utilizarlo correctamente en lo que queremos. Aquí somos cuatro mujeres que necesitan de tu ayuda, pero hay dos departamentos más en éste piso y todas estamos iguales.-
-¿En este piso todas trabajan de lo mismo?-
-Sí- interrumpió Yesica...– es el piso de las putas.– y recordé al otro pasajero del ascensor. Bajé la vista.
-El dueño de los departamentos también quiere contratarte. Hace días que dice que necesita alguien que le ayude con sus papeles, es un buen hombre, nos alquila los tres departamentos. Porque estábamos en la misma, nadie nos quiere alquilar por no tener garante ni un suelo que se pueda justificar.–Entonces Carmen se puso de pie, fue hasta uno de los muebles, abrió un cajón, sacó una cantidad enorme de dinero y me lo entregó.- queremos contratarte- dijo mientras ponía el dinero en mis manos-.
-Pero esto es mucho. –Y Cuki me interrumpió y apretó fuerte mi mano para que no soltara el dinero.– No lo es. Ya sabemos cuánto cobra un buen contador ( uno que no estafe sobre todo)- dijo mientras reía-  somos doce chicas, que te estamos contratando, queremos que hagas trámites, que vayas a los bancos, que veas contratos. Tu trabajo será mucho, tenés que vestirte bien. – y me miraba de arriba abajo-
-Sí.-dijo Yesica- porque si a nosotras no nos quieren por putas a vos no te van a querer por pobre.– y todas comenzaron a reírse.
-Después vemos detalles- continuó diciendo Carmen- necesitas un teléfono nuevo y nosotras pagaremos esa  cuenta ya que queremos estar siempre en contacto con vos para hacerte consultas. No trabajamos en la calle lo que viste la otra noche solo fue para atrapar a esos dos malditos que se hacen los malos con las chicas jóvenes e inexpertas. Tenemos clientes especiales, que pagan muy bien y les gusta la discreción y nosotras ofrecemos todo eso. Por el precio indicado. Así que no te preocupes. Dinero hay. Solo es necesario gastarlo bien. No siempre seremos jóvenes y además tenemos que pensar en el retiro. –Y alguien tocó a la puerta. Nuevamente fue Carmen quien abrió. Hizo el ademán para dejar pasar a alguien y allí estaba.  Alto, con un abrigo de cuero negro, el cabello muy corto pero despeinado, una bufanda que llevaba sin cerrar y unos pantalones negros.
-¿Cómo están mis chicas?-saludó en cuanto entró.-
-Seré tuya cuando quieras- fue la respuesta de Cuki- lo malo es que no te dejas.
-¡ay muchachas ustedes son mucho para éste pobre hombre!–y abrió sus manos para mostrar su cuerpo. Permanecí sentada, hasta que su vista se posó en mí.
-¿Una nueva compañera?- preguntó mientras se acercaba. Fue cuando me puse en pie.
-No. –interrumpió Carmen- es la contadora de la que te hablé.
-¡Ah!- extendió su mano y yo la sujete. Estaba cálida.–me hacía a la idea de que sería una señora grande, de muchos años y el pelo gris. ¡que bueno haberme equivocado tanto!
-Él es Ariel, el dueño de los departamentos. Necesita que lo ayuden con sus papeles.-Carmen hacía las presentaciones. – Ariel… Ángela… Ángela… Ariel…-y señalaba a un lado y a otro.
-No sé si te hayan contado algo las chicas. Pero además de éstos departamentos con tan bellas inquilinas- y las miraba una por una mientras ellas le devolvían la sonrisa.-tengo una empresa de construcción. Necesito asesoramiento con permisos, impuestos, multas…en fin ya sabes…mi contador hace un mes que se fue no sé a dónde y me dejo tirado- se servía de unas galletitas que había en la mesa y tomaba un sorbo de un vaso con jugo del que hasta ese momento no me había percatado. 
-Sí, entiendo- en realidad no tenía ni idea de lo que decía. No podía creer lo que me estaba pasando. Tenía un montón de dinero en mi cartera, pagaría la luz, el agua…ah…le compraría algo bien lindo a Sophía…la llevaría a comprarle zapatos y un vestido nuevo para el cumple de su amiga y…
-¿Me escuchas?... – y movía su mano frente a mi rostro. – si tenés tiempo te llevo a mi oficina y te muestro algunos papeles para que me digas si podes ayudarme.
-Sí…sí tengo tiempo.  – “¡Tengo trabajo!”... “¡Dios mío tengo trabajo!”…me despedí de Carmen con un abrazo, creo que fue muy fuerte ya que me dijo que no le permitía respirar y luego de cada una de las chicas. Quedamos en que regresaría al día siguiente muy temprano, querían que las atendiera por turnos ya que debía prestarles mucha atención. Me gustó eso, ellas siempre debían prestar atención a extraños, ahora yo se la prestaría a ellas. Llegamos al ascensor, nuevamente a solas con él. Otra vez me vi en el espejo. Estaba muy fea. Las chicas eran tan lindas...Me pregunté si acaso Ariel contrataría los servicios de ellas.
-No contrato los servicios de las chichas.–¿otra vez me leyó el pensamiento? ¿o lo dije en voz alta?...el calor otra vez en mi cara.
-No dije nada- respondí como pude.
-No lo sé, pero por lo general si digo que tengo trato con mujeres que se dedican a la prostitución creen que vivo acostándome con ellas. No tengo nada en contra de su trabajo ni de quienes las contratan…(de eso viven) pero me gusta mucho más seducir a una mujer, invitarla a salir, pagar una flor para ella, saber que si me rechaza lo hace por mí y que si me acepta lo hace por el mismo motivo. No porque le pago. Es cuestión de orgullo propio. Necesito sentir una caricia que me gano, no que compro.
-Qué bien que pienses así- respondí. Y por primera vez me quedé en su mirada. Sus ojos eran azules, un azul intenso, triste, que me llenó el alma.
Subimos a su coche, hicimos un breve recorrido por la ciudad, estaba gris, lluviosa. Las personas caminaban bajo sus paraguas, los automovilistas hacían sonar sus bocinas. Hablamos un poco durante el trayecto. Me dijo que Carmen le había comentado algo de cómo me había conocido y que le parecí honesta. Suspiré. No pude recordar en ese momento que alguno de los que fueron mis amigos hubiera hecho tanto por mí como ésta mujer que solo hacía un par de días que conocía.
Por fin se detuvo el automóvil. Al entrar a las oficinas me sorprendió. Imaginaba algo sencillo, un escritorio una silla y nada más. Pero el lugar distaba de lo que me había imaginado. Tenía una gran entrada, con ventanales desde el suelo hasta el techo, un custodia en la puerta, que nos saludó muy atento al entrar y hasta abrió la puerta por nosotros. (Lo cual agradecimos) al entrar había un escritorio grande, fotos de edificios y casas por toda la pared.
-¿Son tuyos? -Pregunté señalándolos-
-Sí… mi padre insistió en que debía ser arquitecto…aquí estoy.
-Mi madre insistió en que fuera contadora.
-Que suerte que le hiciste caso.
-¿Por que?...- pregunté frunciendo el ceño-
-Porque gracias a eso te conocí.
Nos sentamos frente al escritorio, comenzó a mostrarme papeles y a medida que lo iba haciendo venían a mi mente las respuestas y las soluciones. Era como si todo lo aprendido estuviera esperando para desbordarse justo en ese momento. Me sentía feliz. Parecía que mi vida por fin se acomodaría.  Pasó un rato y trajeron café. Me hablaba de su trabajo, de sus proyectos, de que solo hacía un año que había regresado al país. Que estaba solo y con ganas de sacar su negocio adelante. Mientras hablaba se movía de un lado a otro por la habitación, hacía gestos con sus manos y su rostro.  En un momento se acercó por detrás de mí para mostrame unos papeles, percibí su perfume que me embriagó. Era tan exquisito. Cerré los ojos para intentar recordarlo más tarde. Cuando los abrí él estaba frente a mí.
-Tienes una linda sonrisa- y yo suspiré. Recordé mi vida hasta ese momento, todo lo que había hecho y lo que me había pasado. Me sentí pequeñita, fea, insulsa. Entonces no sé por qué, una lágrima comenzó a salir por uno de mis párpados. Y uno de sus dedos siguió el recorrido hasta que por fin la secó.–
Me puse de pie para apartarme de él, entonces se acercó y me abrazó.  Sentí tanta paz. En ese momento comprendí que todo estaría bien. Que todo lo pasado ya no existía que solo había sido para traerme hasta éste momento.
-Tengo que ir a buscar a mi hija a la escuela.- pero continuaba descansando en  sus brazos,  no quería salir de ese refugio tan confortable.
-¿Tenés una hija?...¡que bueno! Te llevo y así me la presentas. Después de todo soy tu jefe tenés que quedar bien conmigo.-tomó mi mano y fuimos hasta la puerta. De allí al coche, hasta que por fin llegamos a la escuela. Sophía fue de las primeras en aparecer y corrió hacia nosotros. Llevaba puesto el abrigo que le había comprado hacía poco. Así que los presente del mismo modo en que lo había hecho Carmen.
-Ariel…Sophía…Sophía…Ariel-y señalaba a uno y a otro.-voy a trabajar para él.–le dije luego a mi niña.
-¿De verdad?-inquirió con sus ojitos llenos de luz-


Al llegar a la puerta de mi casa, sentía vergüenza. No quería que el vecino nos viera. En realidad no deseaba que Ariel lo viera. Tal vez se podía dar cuenta de lo que había hecho. 
Sophía entró corriendo y feliz, y él se despidió de mí besando mi mejilla.–nos vemos mañana dijo-
-Hasta mañana respondí.–y suspiré.
Mañana sería un gran día. No tanto como hoy, pero sí sería un estupendo día.

1 comentario:

  1. Lo había visto en taringa, donde coloqué un comentario, vinculando tu escrito con condiciones sociales de los trabajadores/as en el actual sistema y también deseándote fuerza y que sigas para adelante nomas bella. Igual quería pasar por acá para decir la belleza que hay en tus letras...Me gustó mucho lo que escribiste...

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