Querida presencia amiga… tú que me lees y me observas… (Según
la ocasión) te confieso, con infinito dolor, que las letras, no son lo que
eran. No dan a mi alma, el alivio inconmensurable que solían darle. ¿Es que
saben ellas que ya no las les ni las percibes del otro lado del espejo? Presiento
que es lo que sucede. No sé cómo describir cuánto ha sorteado mi alma desde que
no velas por ella durante mis horas de ensueño con esos viejos calcetines
rojos.
La vida no siempre es como la esperamos, rara vez llega a
ser como la soñamos. Nos disponemos con los brazos abiertos a recibir lo mejor
de ella, pero ésta se niega a que la soslayemos de forma sencilla. Nos coloca vallas
y barreras, los obstáculos son livianos en comparación al dolor que siente
nuestro corazón al verse desilusionado o traicionado por ese otro ser, en quien
muchas veces confiamos.
Necesitamos saber que todos, somos ángeles o demonios. Según
lo a merite la ocasión. Unas veces nos reconfortamos en la calidez de la luz de
nuestra alma, otras en cambio, nos gozamos en el infierno que le ocasionamos al
otro. Suspirar no alivia el mundo en el que vivimos, ni sonreír lo ilumina.
Sonrío, te doy mi palabra de que cada día lo hago, a
conocidos y desconocidos. Intento hallar algo de luminiscencia en la mirada de
quien me contempla. Pocas veces la hallo.
La humanidad me duele, me asfixia. Intento entender,
comprender y no lo consigo. Estoy confundida,
el mundo no quiere ser salvado. Las respuestas son más sencillas que las
preguntas. Cada uno es su propio salvador, entonces sálvate a ti mismo.
Rápidamente, exponencial mente, nos perdemos en la corriente
del consumismo, del individualismo y nos olvidamos del otro. Nos cerramos en un
caparazón tan hermético, que nos resulta imposible escuchar que alguien allí
fuera, pide auxilio.
Me sumerjo en el hoyo oscuro de tu olvido. La nada me
asecha para hacerme prisionera en la eternidad del vacío de tu corazón.
Somos horas, que hoy, se han quedado sin un reloj que las
haga marchar a su compás.
Puedo ver desde donde estoy las luces de la ciudad, todas
ellas encendidas como quien enciende un camino que debe seguir. Y pocos se
atreven a seguirlo.